CONTEXTO HISTÓRICO

Durante el gobierno de los Reyes Católicos fueron diversas las esperanzas mesiánicas alrededor de las figuras reales, en particular con la figura de Fernando de Aragón. Tradicionalmente se ha asociado a este tipo de mesianismo como una forma de legitimación de los poderes políticos establecidos.

Su éxito militar y político lo convirtió en uno de los grandes monarcas de su época, adquiriendo una dimensión mesiánica mayor que la atribuida a sus antepasados. Sin embargo, sus críticas a la regencia de Fernando en Castilla y el trato dado a Juana I, fracturaron la propaganda profética del monarca.

Esto sirvió de caldo de cultivo, para la existencia durante la revuelta de una multiplicidad de “mesías” entre los líderes comuneros, siendo quizás Juan de Padilla sobre el que más documentación puede encontrarse.

Más allá de las esperanzas mesiánico-milenaristas en los años previos a la revuelta, la documentación presenta la causa comunera como un movimiento santo en cumplimiento de la voluntad divina.

Una carta del 26 de agosto de 1520, enviada por los capitanes Juan de Padilla, Juan Bravo y Juan Zapata a los miembros de la Junta de Ávila colocaba a Dios no como una figura neutral, sino actuando en su propio favor: “Y pues Dios no ayuda a justificar nuestra causa y los contrarios á empeorar y ennegrecer cada día más la suya”.

Los comuneros se refirieron muchas veces a sí mismos como Santa Justa o Santa Comunidad, enfatizando su relación o su calidad de “enviada” por Dios.

En este marco, el obispo Acuña aparece como un líder carismático-mesiánico. El humanista Juan Maldonado pocos años después de los sucesos, le define así: “hay, sin embargo, en Antonio ciertas dotes particulares que no le dejaban estar quieto: una firme capacidad de soportar fatigas, un increíble aguante de falta de alimentos, sed, frío y calor; un descuido, que tiene mala fama, de su forma de vida y cuidado personal; su abstinencia de sueño es apenas creíble; una enorme ambición de honor y gloria; inagotable deseo de poseer; singular desprecio de los peligros y audacísimo abordaje de difíciles empresas”.

A su vez, puede encontrarse una supuesta fidelidad por parte de sectores populares hacia Acuña que lo acercarían a las características del carisma tradicional. Por ejemplo, Alonso de Santa Cruz afirmaba: “la gente, de todo corazón comunera, no sólo mantiene a Acuña y a todo su campo el tiempo que estaba en cada lugar, sino que al tiempo que partía le pagaba la gente de muy buena gana para ir contra los caballeros”. De esta manera, puede encontrarse una especie de apoyo incondicional a la figura del obispo por parte de los llamados “sectores populares” debido a una esperanza de liberación social.

Los sermones eran oídos por prácticamente todos los grupos sociales, en especial por campesinos y clérigos de origen rural. El humanista Juan Maldonado reprodujo algunos supuestos discursos de Acuña en su campaña de Tierra de Campos:

Creo que no ignoráis, queridos conciudadanos y camaradas, que ninguna ambición de riqueza o de honra me ha impulsado a dar mi conformidad a las empresas de los pueblos y a dedicarme con todo empeño a impulsar sus esfuerzos, porque sabéis que tengo un obispado que puede colmar cualquier deseo, no digo de un viejo como yo, sino incluso de un joven. Guardaba yo en mi arca, cuando comenzaron aquellos señalados levantamientos, cuarenta mil ducados, que yo reservaba para emplearlos sobre todo en obras pías. Ahora quienes cuidan de mis rentas y mis tesoros saben que todo se ha gastado y consumido al servicio vuestro, de vuestros intereses y, sobre todo, de la libertad de todos. Ninguna libertad o franquicia, por cierto, ando buscando para mí: mi estado, así como la mitra y el obispado, me hacen bastante franco; nada me obligan los decretos de los reyes, ni nada me alteran las nuevas exacciones.

¿Busco entonces fama o nobleza? En absoluto: hasta la sombra de mis antepasados me da bastante gloria, fama y nobleza. Y vosotros preguntaréis cuál es mi empeño en buscar con tantos sudores y vigilias, con tantas y tan grandes pérdidas y daño de mi patrimonio, con tantos peligros de muerte, con tantas enemistades como he atraído de los nobles y grandes, que no dejarán de perseguirme nunca hasta la tumba, como suele decirse. Pues para mí, nada. Todo mi cuidado está atento sólo a vosotros, mi servicio es el de los intereses de los débiles. Creeré haber conseguido mayores riquezas, un nombre célebre, una fama imperecedera y, en fin, el verdadero descanso del alma, de la mejor y más lograda manera, cuando haya aliviado un poco al pueblo menudo de los tributos y desmedidas exacciones, cuando haya obligado a los magistrados a poner un límite al despojo de los pobrecitos, cuando haya restringido, siquiera a ciertos límites, que no puedan rebasar, a los arrendadores de impuestos. ¿Qué mayor gloria, que más rico patrimonio, qué fama más duradera que haber sido útil a mis conciudadanos con todas mis posibilidades y empeño, haber sido del mayor provecho para la república, haber derogado las leyes que chupan la sangre del pobre pueblo llano? ¿Qué queda, esforzadísimos varones, sino que despertéis de una vez, que sigáis a vuestro general, que nada desea para sí, empeñado con denuedo en serviros y consagraros su vida, si se tercia, y que le ayudéis con dinero y hombres armados? No os faltará, si no os faltáis a vosotros mismos. ¿Acaso creéis que fallará la ayuda divina a tan piadosa causa?

No os disponéis a atentar contra nadie, sino a libraros de la violencia y la dura tiranía que contra vosotros ejercen los nobles, los ministros reales y algunos crueles recaudadores, apartar el hambre, dispuestos a defender vuestras cosas, no a ir a quitar las ajenas. ¿Es que yo, sacerdote, aprobaría una causa que creyera que no es grata a Dios? Que os sirva de principal prueba de que vuestra causa es muy piadosa que un obispo, a quien le está prohibido el uso de las armas, que no conducen a la piedad, se ve tan apasionadamente implicado en la guerra […]Una victoria señalada pondrá de manifiesto cualquiera de estos días cuál de las dos causas aprueba Cristo”.

El texto, a pesar de los posibles contenidos literarios agregados por Maldonado, representa a Acuña como una figura desinteresada, que ayuda a los débiles y busca el bien común sin esperar nada a cambio. Acuña realiza una retórica del sacrificio: su patrimonio dañado, enemistado con los nobles, perseguidos por los poderosos. Una especie de sacrificio del propio mesías para salvar a los otros.

El discurso citado afirmaba que se trataba de una tarea en favor de Dios. ¿De qué otra manera un obispo como él jamás aceptaría hacer algo contrario a Dios?

Como contrapunto a lo expuesto, pueden mencionarse los casos en que se asocia el movimiento comunero, y al obispo Acuña en particular, a narrativas asociadas a la condenación.

El Condestable escribía una carta al emperador Carlos V analizando, entre otras cosas, la situación del obispado de Zamora, en ella afirmaba: “Los días pasados escriui a Vuestra Majestad me hiciese merced de ciertos beneficios, que este diablo de Obispo tiene en el obispado de çamora”.

En un sentido similar, el conde de Benavente se refirió al Obispo Acuña en los términos: “y ¿qué faze allá vuestro Mahoma?” asociándole con el profeta del Islam.

Fuente: Mesianismo y organización eclesiástica en la revuelta de las Comunidades de Castilla (1520-1521):
la participación del obispo Antonio de Acuña. Claudio César Rizzuto. eHumanista 37 (2017): 566-584. Artículo visitable en: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6219210.pdf